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Jóvenes de juventud acumulada
(Capítulos anteriores más abajo)
Aquella mañana Joaquín abrió los ojos ante la atenta mirada de la mujer con la que había mantenido largas conversaciones tiempo atrás. Ella se apoyaba sobre sus talones mientras él intentaba incorporarse lo más rápidamente posible. En sus manos llevaba una bolsa de cartón que dejaba ver surcos de aceite, lo que dio a entender a Joaquín que había traído churros para desayunar.
Tanto el sol como la mujer lucían radiantes de felicidad y eso le animaba.
-He traído churros por si te apetecen.- dijo tímidamente la mujer sin ocultar la sonrisa que pronunciaba su boca.
-Me encantan.- admitió él metiendo la mano en la bolsa y cogiendo uno por cada mano.
-Mi marido se ha ido de casa. Estoy completamente sola.- dejó ver alguna que otra lágrima en sus cristalinos ojos.- Pero, no estoy triste y me sorprendo a mí misma. Si tuviese que llorar, lloraría de felicidad porque ahora soy libre y no permitiré que nadie vuelva a engañarme. Gracias por ser tú con tus hermosas palabras y anécdotas quien me ayudara, en cierta forma, a seguir adelante.
-No tienes por qué darlas. Tú hablabas, yo hablaba…
-No. Gracias de verdad.- impuso Lucía cogiendo una de las diminutas manos del indigente.- Vamos a dar una vuelta por ahí. Dediquémonos este precioso día.
-¿Y qué pretendes que hagamos? ¿Verdaderamente crees que me dejarían entrar así a cualquier sitio?
-¿Y por qué no? Muchos llevarán trajes y corbatas pero, estoy segura que ninguno lleva el corazón que tú tienes dentro.
Y así fue como Lucía consiguió que Joaquín saliese de la avenida Mesa y López durante todo el día. Caminaron pegados el uno al otro y no paraban de reír. Por fin habían logrado apartar los problemas por completo y ser felices. A pesar de las miradas ignorantes de los ciudadanos, ellos no paraban de reír y contar anécdotas del pasado. Decidieron almorzar en uno de los mejores restaurantes de la ciudad y formar parte de la locura: “Total por un día”.
Por la mente de Joaquín había pasado la imagen de su posible rechazo ante la entrada del bar pero, aún así, siguió adelante. En la fachada se podía distinguir un gran cartel luminoso (a pesar de la luz diurna) que, además de poner nombre al restaurante, dejaba ver una gran lista de comida que podían consumir en su interior. La puerta no era el simple portón de madera que siempre permanecía abierto, sino una gran cristalera de aluminio en la cual se situaba un camarero para apuntar los nombres y dejar el número de mesa. Lógicamente éste al ver las pintas del indigente no supo cómo actuar ya que nunca antes se había visto en esa situación. No sabía si dejarse llevar por la educación que su madre difunta le había enseñado y actuar como si nada pasara o, por el contrario, llevar a cabo las normas de su lugar de trabajo y no aceptarlo dentro del local. Dudó.
-Perdone Señor pero la normativa del restaurante exige un atuendo determinado… De verdad que lo siento.- dijo el noble camarero agachando la cabeza como si de un inocente se tratara.
-Simplemente venimos a comer, ¿para comer hay que llevar una ropa específica acaso?- comenzó a alterarse Lucía hacia el rechazo de su amigo.
-Lucía déjalo. Él no tiene la culpa. Nos podemos conformar con una hamburguesa o algo.
Y cogió a su amiga de la mano hasta arrastrarla a la amplia avenida en la que se encontraba el dichoso restaurante.
-Todavía no me explico cómo es que has sido tan estúpido de no reprochar y reivindicar por tus derechos, Joaquín.
-Dentro no tenía ningún derecho.
-¿Cómo que no? ¿No tienes derecho a comer como cualquier otra persona?
-Sí, a comer sí. Pero, ¿consideras un derecho el que te digan la ropa que tienes que llevar para comer o beber? Yo no.
Hubo un silencio que dio respuesta. Ese silencio fue el responsable de la idea que se le había ocurrido a Lucía.
-Vamos. Acompáñame. Nos queda media hora de camino.
-Creía recordar que no teníamos un rumbo fijo…
-¡Cambio de planes!
Anduvieron durante media hora más. En total sumaban unas seis horas las que habían estado recorriendo parte de la ciudad. Ahora estaban ante la mirada de un gran edificio decorado con mármol negro y de nueve pisos. Todas las ventanas que acompañaban al oscuro mármol estaban tapadas por su interior de grandes cortinas a excepción de un par.
-¿Ves esas ventanas sin cortinas?
-Sí.
-Son las ventanas de mi casa.
-¿Y qué hacemos aquí?- preguntó extrañado el pobre hombre.
-Subiremos, tomaremos algo para acabar un poco con el cansancio, te ducharás y te pondrás alguna ropa de mi ex marido y seguiremos dando vueltas como jóvenes sin rumbo.
-No, no creo que sea una buena idea.
-¿Por qué no? ¡Vamos!- y de un empujón entraron los dos al edificio hacia el piso número tres, portal izquierdo.
La vivienda no era mucho más grande que la zona en la que vivía Joaquín. Nada más entrar se podía observar un gran salón que compartía piso con la cocina y, a parte del baño, tenía dos dormitorios más. La casa era bastante oscura y se respiraba a soledad. El indigente vivió esa tarde como en sus primeros días de recién casado en los que no hacía nada. Lucía lo dejó sentado en el sofá y se encargó de prepararle la comida, el baño e, incluso, la ropa que se pondría minutos después. El afecto que sentía el pobre por la muchacha crecía cada vez más y lo que sintió cuando oyó por primera vez su torpe caminar ya no era nada. Sentía más, quería más.
-Todavía no acabo de entender por qué haces todo esto Lucía.
-Somos amigos. Pregúntate “¿por qué no debería hacerlo?”.
Joaquín comió, se duchó y, después de mucho tiempo, se vistió decentemente. Aprovecharon el día y la noche como si fueran jóvenes en la realidad.
El sábado no había llegado a su fin…
jueves, 25 de junio de 2009
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3 comentarios:
yuooooooooooos la lucia kiere perreo!!.....y joaquin le va adar lo suyo!!!...xDDD....TOMALOO!!AJAJA.....Estoy desenado leer el capitulo 9 y asi dar paso al 10!!!
solo espero que no pase lo que se supone que tiene que pasar....
Solo digo que me aprecee muuy fuertee todo eesto....qiero proximo capiituulo yaaa ehh yaa !!
A perrear como dios maaanda jajaja..^^
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