viernes, 12 de junio de 2009

Capítulo 6

6
Mensaje subliminal
(Capítulos anteriores más abajo)

Habían pasado meses e, incluso, años desde su última visita. Se podía distinguir a Lucía con su caminar a dos kilómetros de distancia. Joaquín no había optado por levantarse ese día, trabajaba en su carpeta marrón a la que había dejado abandonada.
No paraba de escribir lo que le venía a la cabeza sin previa meditación. No prestaba atención a la gente que pasaba por su lado manteniendo el equilibrio para no pisarle ni oyó el accidente que se había producido en la carretera justo delante de sus narices. Tampoco había oído el taconeo de Lucía…
-¿Se puede saber lo que haces?

La mujer se había acercado hasta el mendigo como había prometido. Agachada preguntó en qué estaba trabajando pero, Joaquín absorto a la situación no supo dar respuesta y se limitó a cederle el folio en el que escribía para que lo leyera:
-Aprovecha. Tal vez sea el único que te deje leer.- advirtió el hombre.
-¿Sí? Veamos…

“En los ojos una mirada negra,
torpe y cándida,
como el fulgor que te asoma a los labios
cuando callas.
Los alisios que baten tu pelo, quizás,
la razón de las mareas en mi alma.
Me retuerces, me invades.
El aplomo de tu postura,
tu cuello traslúcido y tu garganta
que me miran desde la penumbra de esta calle
fría - entumecidos mis sentidos-.
Y me miras, aún mejor,
atraviesas las capas que no me pertenecen,
nutridas entre calles y limosnas,
y te asomas a mi alma.
Fugaz, siento en mí que ya no llueve.”

Siete fueron las veces que Lucía leyó aquel insignificante trozo de papel. No sabía qué decir. ¿Verdaderamente una simple conversación había originado todo aquello?
-Joaquín…
-¿Sabes? Soy el José que desapareció en la Biblia sin previo aviso para encontrarme a mí mismo tirado en la calle. Mi mujer se llama María y tengo dos hijos. Se llaman Luis y Javier y se llevan a las mil maravillas. Creo que tengo una foto por aquí.- buscó entre sus maletas y después de un tiempo buscando dos pequeñas fotos que correspondían a cada uno de sus hijos se las enseñó a Lucía. A la muchacha se le encogió el corazón. Ella nunca había podido tener una familia, ni la tendría. Lo único que le hacía mantener la esperanza ahora estaba en busca de una vida en la que ella no estaba incluida.
-Son preciosos. Este de aquí parece ser un travieso.- intentó animar sin éxito la cara del hombre.
-Lo es. Una vez metió la dentadura de su abuela en un vaso con lejía. Son de esas pequeñas anécdotas que nunca se olvidan.
-Me diste a entender que nunca contarías nada sobre tu pasado.
-Entendiste mal. En ese momento no quería hablar simplemente. Llevo en la calle viviendo desde hace cuatro años y presiento que me quedan unos cuantos más. Aunque, sinceramente, ya no sé si lo que pasan son días, semanas o años.
-Yo no te he visto nunca en esos cuatro años que dices…

Era impresionante el poder y la magia de dos simples conversaciones el resultado que habían conseguido. Habían llegado a un “tuteo” mutuo y estuvieron horas y horas hablando sobre ellos y su pasado. Ahora Lucía era como una transeúnte más afincada a las baldosas de la acera pero, con la diferencia que ella aún llevaba las llaves de su casa en el bolsillo del pantalón.
-Déjame leer otro de tus poemas. Aquel me encantó. Es increíble en lo observador y detallista que eres. Apenas me conoces…
-Pero te he visto de lejos.
-Quiero leer otro.- bromeó Lucía originando un forcejeo por coger otro folio de los que estaban dentro de la carpeta marrón. A Joaquín no le hacía mucha gracia pero cedió.
No todo lo que había escrito el indigente era bonito o esperanzador. Aunque intentaba evadirse de sus problemas y su pasado, siempre había algo que le hacía recordar alguna palabra indeseada.

-A ver este…

“No pienso escribir
que estoy solo,
que cristalizan en dolor mis retinas,
que mis fosas nasales tienen frío.

Me niego a aceptar
esta espera vacía de esperanza,
el color petróleo de las uñas mías,
la grasa del cabello instalada en alquiler.

Y rotundamente no
a la calle oscura que me reclama,
al mal sabor de boca divorciado del cepillo,
a la partición de pecho
que me asfixia implacable.

Y más aún negaré
que si fuera real mi asfixiamiento,
estoy solamente yo para enterrarme.”

-Joaquín lo tuyo es un don. Escribes cosas preciosas. ¿Por qué parece que te gusta esto?
-¿La calle?
-Sí, la calle. Esta calle. Como si, a sabiendas de que sufres, esto valiera la pena...
-¿Sabes? Ahora en invierno encienden las farolas a las siete. A las y media pasas por esa calle de enfrente, normalmente con prisa. Me miras un segundo y parecen tornarse tus pupilas
(con el brillo de las farolas) en un cálido entendimiento y tus pestañas en ese abrigo que me salva de la lipotimia. Supongo que entonces es cuando te fijas en mi rostro y piensas
"parece que para Joaquín esto vale la pena". Y quizás tengas razón y en esos momentos a mí me valga.

Lucía olvidó que las llaves de su casa permanecían en el bolsillo derecho del pantalón y se quedó toda la noche con Joaquín. De madrugada se despidió con un beso en la frente ante los ronquidos graves del hombre. Esa noche no podría dormir.

El jueves se acabó para dar paso al viernes…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

me ha gustado,es intersante,ha estado contemporaneo la verdad!!xD.........tu sigue poniendo aki capitulos k yo los seguire leyendo con este entusiasmo k me invade!!....jaajajja(aunke mis plabras parezcan ironicas ,k sepas k no lo son!)=D

Anónimo dijo...

Ayyy...*__* vale la pena x verla a ella(L)(L) que boniitooooo

Anónimo dijo...

Ayyy...*__* vale la pena x verla a ella(L)(L) que boniitooooo