domingo, 31 de mayo de 2009

Capítulo 3

3
Veinte céntimos
(Capítulos anteriores, abajo)

La mañana comenzaba agitada. Una máquina de limpiar le hacía levantar más temprano de lo normal y el sol rojizo se encargaba de quemar sus retinas para convertir todo a su paso en sombras.
Mientras caminaba hacia el sur, recordó aquel día de verano en el que él y su familia se disponían a coger un avión rumbo a Australia. El mismo sol que ahora le cegaba, hacía brillar cada una de las baldosas del aeropuerto y el bullicio de la ciudad le recordaba a los gritos de sus hijos discutiendo.
Su mujer se encargaba de organizar el papeleo y él leía el periódico cuando una máquina de limpieza similar le manchó el traje que llevaba. Gritó furioso ante la mirada atenta de todos los que ese día viajaban e hizo traer a la pobre limpiadora una hoja de reclamación.
Ahora también estaba manchado pero, simplemente, era una mancha añadida a las que llevaba acumulando desde hacía un año. Le resultaba curioso ir coleccionando manchas como quien colecciona cromos de su equipo de fútbol favorito. Pero Joaquín no sólo tenía manchas en la ropa, tenía manchas a lo largo de todo su cuerpo: en los brazos, las piernas, las plantas de los pies, … hasta en el corazón. Esas manchas que solamente se podrían ver con radiografía se reflejaban en las facciones de su cara, siempre triste, y en sus olivinas a cada hora, cada minuto y cada segundo.
Él no era un mendigo más. No daba miedo pasar a su lado, es más, incitaba a cualquier persona sensible y bondadosa a sentarse a su lado y preguntarle por qué lloraba continuamente.
Llevaba la cuenta de cuánto tiempo llevaba allí y nunca se le olvidaba.
Ese día se encontraba optimista a pesar de su mal despertar. Quería buscar una solución. Le urgía. Quería poder demostrar a su familia que, a pesar del tiempo que había transcurrido, sabría cómo darles lo que hasta ahora nunca había sabido compensar. Deseaba dar el siguiente paso antes que su propio destino, deseaba que su interior resquebrajado se arreglase como por arte de magia. Quería sobrevivir y deseaba amar.
Iba rumbo a los grandes almacenes que ahora eran como sus nuevos vecinos. Tal vez hiciera falta un bedel, un aparcacoches, un segurita o un sustituto para alguno de los empleados. Justo ante la puerta de cristal que obedece al caminar de los clientes, se dio cuenta que no llevaba las pintas más adecuadas para lo que sería una entrevista de trabajo por lo que cambió su rumbo hacia la barbería de Pedro. El dueño de la barbería era un hombre bien entrado en la madurez, con el pelo y el bigote blanco. Los ojos azules que se dejaban entrever en la blancura de su cara era lo que conservaba de su juventud.

Se hallaba sentado en uno de los sillones de piel marrón que su propietario había comprado en el mismo centro comercial al que Joaquín iba a poner rumbo tras su salida de la barbería.
-Luisito, por favor, no mires a ese hombre…
-Mamá, pero mírale, es como un dálmata, tiene manchitas por todo el cuerpo…
-¡Te he dicho que no lo mires!- le susurró malhumorada la mujer a su hijo que también esperaba un turno para cortarle el pelo.- Eso es lo que da la mala vida mi niño…

Tras tres cuartos de hora de espera, le llegó el turno a Joaquín. Pedro no lo había reconocido y le dijo:
-Mire, le atenderé porque llevo observándole desde que ha entrado y su comportamiento ha sido el adecuado porque sino…
-¿Sino qué? ¿No atenderías a un viejo amigo?
-¿Joaquín? ¡Joaquín! ¡Válgame Dios! ¿Qué te ha pasado? ¿Has tenido un accidente mientras intentabas bajar el cristal del coche cuando conducías de vuelta a tu casa o qué?
-No.
-Vale, entonces es que debo cerrar un poco más la ventana del local porque no te favorece el aire que está entrando…- dijo el viejo corriendo por todo el local en busca de la ventana indiscreta.
-Digamos que he tenido un accidente pero, en mi vida. Me he mudado y no he encontrado el papel correspondiente…
-Vaya…Tú y tu don de palabra- rió el hombre.

Apenas se dirigieron palabra mientras el peluquero cortaba la gran cabellera, ya que Joaquín tenía la mirada perdida y la vergüenza podía con el viejo. Una vez los dos se encontraban satisfechos con el trabajo, se dieron lo que podría ser su último saludo.
-¿Cuánto es?
-Nada. Por los viejos tiempos.

Los ojos verdes de Joaquín se vieron sumergidos en una presa que no dejaba escapar el agua que los mismos contenían. Sin más dio dos pasos hacia la puerta, viró la cabeza e hizo un gesto de agradecimiento con el que dio por hecho que sobraban las palabras.
Ahora sí podía entrar en los grandes almacenes.

La puerta del despacho era grande y de un color marrón oscuro. Sobrepasaba por encima de su cabeza unos quince centímetros y en lo alto había un letrero que ponía: “Departamento de Recursos Humanos”. Le temblaba el pulso y su caminar no era firme. Hacía años que no pasaba por esa situación, es más, nunca tuvo que pasar por ella. Nada más aprobar las oposiciones el Jefe de Estudios de su primer centro y año de docencia le dio la bienvenida, lo presentó entre sus compañeros y comenzó a dar clase minutos más tarde.
-Don Joaquín Fernández - dijo una voz tras la puerta.

La tensión se le había disparado y apenas veía. Aún no sabía si contestar con sinceridad o, de lo contrario, mentir en cada de una de sus respuestas.
-Buenos días - la voz le jugaba una mala pasada.
-Hola… Iremos al grano porque como comprenderá no le pienso dedicar todo mi tiempo. Estoy bastante ocupado. ¿Qué es lo que quería?- el hombre que tenía pinta de ser bajito, con el pelo negro y una gran aureola que dejaba al descubierto una zona de su cabeza sin bello, se escondía tras sus gafas de media luna con cara de pocos amigos.
-Buscaba… buscaba… me gustaría saber si hay alguna vacante o un puestillo para mí en su empresa.
-¿Un puestillo? ¿Tan insignificante se considera? Creo que es usted la única y primera persona a la que le voy a decir que no nada más verla…
-¡Perdón Emilio! Te están llamando por teléfono. Dice que es urgente- dijo una dulce voz. Joaquín se quedó sin habla al verla y, como si de una película romántica se tratase, sus ojos se abrieron hasta el punto de salirse de las órbitas al reconocer a aquella mujer. Sí, era ella. Le habían gritado: “¡Adiós Lucía!” el primer año en el que Joaquín se mudó y, desde entonces, no había vuelto a verla.
-Dile que ya voy. Termino rápido - y se cerró la puerta con un golpe tan suave como la voz de la mujer - ¿Por dónde íbamos? ¡Ah sí! ¿Acaso cree usted que con un pantalón por debajo de la cintura, unas zapatillas rotas por la punta del pie, una camisa a la que no se le distingue bien el color y esas manchas por el cuerpo por las que no sé si es usted un dálmata en celo o una mandrágora roedora podrá conseguir el trabajo? En los veintitrés años laborales que llevo en esta empresa nunca había visto nada igual. Háganos a todos los que aquí trabajamos el favor de marcharse y no volver más - dijo el muy ignorante señalando con el dedo índice la puerta de su despacho por no señalar la primera planta.
-Lo siento. Ha sido un error venir…- se disculpó Joaquín al mismo tiempo que se ponía en pie.
-¡Ah! Y ya que estamos de favores, hágase uno para usted mismo. Cómprese un cupón de la ONCE nada más salir de nuestro centro comercial y cambie su vida. Lo necesita y lo digo por su bien.

Joaquín se encontraba a punto de girar la cerradura que daba al pasillo de la novena planta cuando en una milésima de segundo pensó en lo cómodo que se había encontrado en esa silla sentado durante escasos cinco minutos y el mal humor que le recordaba estar detrás de una mesa para él solo y tener en frente a treinta mequetrefes. Algo le subía por el esófago y que se atragantaba en su boca. Quería soltarlo o, tal vez, gritarlo.
-Ojalá ganase usted los millones que yo gané en su momento. Cada una de esas monedas y esos billetes me ha dado esta de vida de transeúnte que ansía las ganas de poder sentarse más que sea dos minutos en ese sillón de cuero en el que usted está y beberse uno de los seis café que usted se tiene que beber al día, por no decir más. Pero el billete más grande y morado que equivale al de los quinientos euros de las tres cuartas partes de su sueldo me lo ha dado hoy su comportamiento. ¡Imbécil!

Y cerró la puerta ante la mirada asustada del hombre que había derramado el vaso de té que empezó a tomar justo en el momento de los gritos, los pasos y rumores inquietantes de los empleados que se encontraban fuera del despacho imaginando y haciendo suposiciones de lo que podía haber pasado.

Nada más salir del establecimiento volvió a sentarse en el suelo de su vivienda y unos tacones guiados por el paso torpe de los pies de Lucía hacían entender a Joaquín que los veinte céntimos que ahora estaban en sus manos habían permanecido a la mujer de voz aguda.

Y así pasaba un martes más…

martes, 26 de mayo de 2009

Capítulo 2

2
La Mudanza
(Capítulos anteriores más abajo)


Una casa de dos pisos diseñada solamente para él a las afueras del municipio donde nadie sabía de su existencia, dos coches que se utilizaban para situaciones diferentes, su oficio de profesor impertinente que siempre tenía que llevar las de ganar y que esquivaba las visitas de sus peores enemigos: los padres de sus alumnos, las visitas a un local de una marca cara y reconocida, … hacían de este hombre una persona completamente agria, sin sentimientos, materialista, egocéntrico y de caminar glamuroso mientras se dedicaba a mirar por encima del hombro a todos los demás. En más de una ocasión se vio envuelto en grandes apuros por la soberbia que le caracterizaba. Aún así, llegaba a casa después de una larga jornada de trabajo y se encontraba el plato en la mesa listo para ser devorado.
Tenía unos pensamientos que superaban la mismísima Prehistoria y absolutamente machistas. Era de los que creía en la existencia de un ser superior que se encargaba de resguardar a los hombres.
Una vez terminado el plato y limpiado de un lengüetazo, se acostaba en el sofá impidiendo el acceso a este de los demás miembros de la propia familia: dormía, roncaba y se despertaba. Se ponía en pie, de nuevo, dispuesto a acabar con todo aquello que se entrometiese en sus planes, fuese o no material.
Cuando llegaba la noche y toda la casa permanecía en penumbra, el animal se disponía a devorar a su presa en varios bocados sin importarle lo más mínimo la educación y la sensibilidad de sus dos hijos.
A la mañana siguiente, estaba preparado para seguir haciendo la vida imposible a los que buscaban un pequeño hueco en la sociedad…

Bastaron unos cientos de euros gastados en un corto periodo de tiempo y una suerte que no tardaría en dejar de acompañarle para que Joaquín se sintiese el hombre más feliz sobre la faz de la Tierra.
Una mañana, a quinta hora, recibió la llamada de su mujer emocionada anunciándole los millones que habían ganado jugando al azar. Aquel ser humano deleznable saltó, gritó e, incluso, dejó entrever entre sus labios una amplia sonrisa para unos estudiantes que nunca le habían visto sonreír.
Si como persona era pésima, como profesor dejaba mucho más que desear. No tenía en cuenta los derechos que debían tener los alumnos, tardaba en corregir los exámenes, no se preocupaba si sus jóvenes sucesores aprendían o no y mucho menos se preocupaba por sus situaciones personales.
No es obligatorio para un profesor hacer todo lo mencionado, ni siquiera tenerlo en cuenta, pero si está obligado en el contrato que se tiene que firmar al venir al mundo: “Permanecer a la raza humana en lo que a todo ello se refiere”.
Aún así, la suerte le sonrió a él y no a sus pobres vecinos que vivían en una cabaña de madera mal construida y por acabar, que se alimentaban de lo que conseguían gracias a la caridad de otros vecinos y familiares y que estaban a la espera de que los de Asuntos Sociales llegasen por la custodia de sus tres hijos por no asistir al colegio y no recibir lecciones morales y obligatorias. Pero no de esas lecciones que impartía Joaquín…

Una noche antes de notar el calor de su fémina rozando cada parte de su cuerpo, al hombre le dio por pensar cómo sería su vida si estuviese en la situación de sus vecinos y cómo la afrontaría. Pero no tardó en comprobarlo ya que, a la mañana siguiente, estaban en camino unos papeles que le dejarían sin casa por construir en un terreno ajeno y con materiales comprados con dinero negro. Ante la mirada decepcionada de su amada y sus hijos asustados, el hombre no supo qué hacer, motivo por el que fue abandonado por su familia y se quedó sin casa.
Cualquiera pensaría que Joaquín podría haber buscado una pensión, asistir a un centro médico, pero el hombre había sido criado entre algodón y este problema le venía muy grande. Sus vecinos, que se habían enterado de todo, no se alegraron de lo ocurrido, pero tampoco sucumbieron a la pena; simplemente, la mujer que había estado observando tras la única ventana que tenía la casa, susurró:
-Dios castiga sin piedra y sin palo…

Abandonó el trabajo, no se preocupó ni en ir a buscar sus cosas personales a la que había sido su casa; solo recuperó la carpeta marrón que le acompañaba a todos lados y ahogó sus penas en el alcohol. El bar de Paco “el chilindri” se había convertido en su nueva casa, pero no la única. Estaba de alquiler en una zona llena de cristales tras la que se escondían personas inanimadas que mostraban sus mejores prendas. Su cama era dura y no tenía fin. Dormía en la calle, en la avenida Mesa y López. La mudanza se había producido sin ningún tipo de problema ni impedimento que no le dejara habitar su nueva vivienda.
Lo que a todos nos parece un mundo organizar a él le había resultado la mar de fácil. No tenía una familia a la que mantener ni compañeros de piso, aunque estos no tardarían en aparecer.
Evaristo era el dueño de la avenida. Ese al cual ningún mendigo ni rico podía mirar y ni siquiera tocar porque se podría producir cualquier tipo de altercado. Sin embargo, Pedro era el defensor de todos aquellos que le visitaban y procuraba que el otro no hiciese nada malo o de lo que se pudiera arrepentir. Pronto, Joaquín sería una de sus objetivos, aquel al que había que echar cuanto antes de allí si no quería quedarse sin la limosna que repartían los enchaquetados.
Un día Pedro corrió a salvar a Evaristo de un coma etílico y justo cuando vinieron de vuelta a casa se toparon con el nuevo inquilino. Entonces, el borracho se volvió hacia él con la mirada perdida y sin poder vocalizar, ya que había gastado el poco de dinero acumulado en algún capricho que no le hacía ningún bien; cogió a Joaquín por la camisa, lo elevó lo poco que pudo y este, sin levantar la cabeza para ver qué le hacían debido a la tremenda depresión en la que estaba cayendo, fue ayudado por Pedro.
-¡Déjale en paz Evaristo! Ni siquiera te ha mirado ni te ha hecho nada para que le trates así. Sé igual de respetuoso, por favor.
-Él nos va a quitar la limosna. ¡Tenemos que acabar con él! ¿No lo entiendes?- decía borracho el conflictivo.
Cuando el mendigo mayor de los tres que se encontraban en la disputa levantó las manos en señal de comenzar algo que no acabaría bien, el más pacífico de todos levantó el brazo y gritó:
-¡Que le dejes te he dicho! Vámonos, este seguro que es otro más malparado que durará dos telediarios siendo la mirada de esos que no nos hacen ni puto caso…-dijo el pequeño ignorando la certeza de sus palabras.
-Gracias…-susurró Joaquín sin levantar cabeza.
Joaquín había ganado una batalla de cinco minutos sin siquiera mirar de reojo. Y así fue como Evaristo y Pedro desaparecieron de allí y no volvieron a aparecer jamás. Por lo menos en su presencia…

Las agujas del reloj digital que se encontraba en uno de los escaparates del Corte Inglés no marcaban las diez cuando el indigente empezó a construir lo que sería su primera caseta de cartón en una de las primeras noches inolvidables de su vida. La choza no se mantenía en pie debido al peso que tenía que soportar y el viento nocturno que soplaba lateralmente, cuando oyó unos pasos torpes de tacón. Pensó en su esposa María, pero no. Ella nunca llevaría tacones para comprar, prefería unas zapatillas más cómodas. Se dio la vuelta y se encontró con lo que parecía un monumento. De hecho, era una mujer. Paso torpe, tacones de aguja puestos como máximo unas cinco veces y un chaquetón negro que no dejaba ver lo que llevaba puesto. Llevaba gafas, un cuerpo de gimnasio y un rostro curioso que nadie se paraba a mirar. No era la típica que solía hacer volver las cabezas de los hombres más jóvenes y de los que andan en cursillos de “viejos verdes”. Ni siquiera era hermosa. Era una mujer original, de carácter marcado, vergonzosa y patosa que se dirigía a buscar su coche cuando se topó con Joaquín. Le dio pena y tiró unas cuantas monedas al suelo que cayeron justo al lado de la caseta que se había vuelto a caer. No podía dejar de mirarla, incluso reconocía que no era guapa, pero había algo en ella que le atraía. Quería saber su nombre, recordarla por cómo la llamaban.
-¡Adiós Lucía!...-gritó desde la otra acera una madre de familia que conocía a la mujer y desvelando, así, lo que se había convertido en un deseo para el hombre.

Quiso dejar de pensar en tonterías durante el fallido intento de volver a poner en pie su casa para dormir, pero no lo consiguió. Pensó en aquella mujer que le había hecho volver la mirada toda la noche, durmiendo a la intemperie. Sin casa de cartón y acompañado con su carpeta marrón y una fría manta.

El lunes había llegado a su fin…

jueves, 21 de mayo de 2009

Capítulo 1

1
Joaquín



Ojalá el nombre Joaquín se le pudiese atribuir al típico niño travieso que no deja en paz ni a la abuela, que llega a casa cada tarde con una herida nueva, el que levanta la falda a sus compañeras y deja a la luz del recreo los encantos más ocultos de la mujer... El que no combina bien la ropa porque tiene bastante donde elegir y el que sólo sabe escribir una nueva fecha de noviazgo mes tras mes. Al niño caprichoso que recibe lo que quiere cada Navidad y aquel cuyo programa de televisión favorito está calificado con dos rombos negros.

Nuestro Joaquín vive en la Avenida Mesa y López, bordillo de la acera que ocupa en su totalidad El Corte Inglés. Y, aunque los niños le señalen al pasar, las mujeres agarren sus bolsos con gesto de ofrecer alguna limosna y los maridos de estas hagan caso omiso de su existencia, el hombre no es un payaso con un sombrero en los pies lleno de céntimos.
Para Joaquín, soledad no es solo una palabra. Así se podría resumir cada segundo de su vida. Ni en las fiestas señaladas en las que la avenida entera está ocupada por familiares en busca de los mejores juguetes para sus hijos, ni siquiera la noche más calurosa hace apagar el frío que siente en cada rincón de su alma.
Ama caminar bajo la lluvia porque así puede disimular cada lágrima que desprende su mirada pero, lo que más le gusta hacer es observar a las personas que pasan junto a él. Le ofrecen, con solo mirarlas, el cariño que le falta desde hace siete años. Sus pies negros y descalzos, un pantalón vaquero que recuerda haber comprado en la mejor tienda del pueblo y cuyos arreglos había hecho su madre, una camiseta que debió ser amarilla pero que, con el paso del tiempo, ha tornado en un color indescriptible, una barba que entremezcla los colores más extremos dentro del círculo cromático y un pelo que no le llega a la cintura gracias a Pedro, dueño de la barbería de la calle de atrás, es lo más característico y lo que más llama la atención a los habitantes de Las Palmas. Lo más destacado que podemos encontrar en él son las dos olivinas que le acompañan desde que era un bebé encima de las fosas nasales y una gran carpeta marrón que utilizan los estudiantes de dibujo técnico, de la que nunca se desprende. Aunque la gente ni se lo haya llegado a imaginar, dentro están sus cuarenta y ocho años de vida, entre los que cabe destacar los siete de indigente, resumidos en intentos de poemas solitarios. Su sueño fue el de servir de chapa y pintura a las letras. Alguna noche en la que todavía dormía sobre un colchón de agua y las sábanas le llegaban hasta los dedos gordos de sus pies, llegó a soñar con un mundo de riquezas en el que no reinaran billetes ni monedas, sino palabras. Ser uno de los grandes.
No cabía el sufrimiento ni el dolor en sus poemas a pesar de su situación. Dentro de sí notaba una llama viva gracias a la esperanza y al amor desde que se mudó a la calle. Describía en ellos las situaciones que mañana a mañana, tarde a tarde, noche a noche e, incluso al amanecer, veía con sus ojos olivinos. Tampoco cabía en sus versos el resentimiento o la sensación de venganza hacia las personas que gritaban a sus espaldas improperios que rozaban la soez, ni hacia los jóvenes borrachos hasta las trancas que rompían la pequeña caseta que construía cada mañana, ni siquiera hacia aquellos seres vivos que vivían en la mierda y que aprovechaban para acercársele unos milímetros y destrozar su piel mustia con los mecheros que calificaban cada una de sus vidas. Tampoco hacia las mujeres que, ignorantes de ellas, se ponían a susurrar sobre su anterior vida mientras las rodillas de las enchaquetadas rozaba la espalda encorvada del pobre hombre.

Los primeros días delante de los grandes escaparates fueron muy duros para el mendigo, los otros compañeros de “piso” se encargaban de hacerle la vida imposible sin necesidad de que llegaran los seres humanos despiertos en la madrugada. Pero el sufrimiento no duró mucho, ya que las palabras que salían desde el mundo Inteligible de Joaquín hacían que estos se espantasen a la más mínima. Había logrado una casa donde poder dormir y pedir.

Y así pasan los días, con sus noches y madrugadas, mientras Joaquín permanece sentado sobre la acera que ha visto nacer cada una de sus obras…

viernes, 15 de mayo de 2009

Próximamente...

En los próximos días procederemos a la apertura de nuestro blog con la historia "EL ÚLTIMO ORGASMO". Consta de 11.500 palabras, diez capítulos y un epílogo. En ella reflejaremos la vida de un indigente en busca de la felicidad que se irá encontrando con numerosos obstáculos a lo largo de su camino. ¿Conseguirá la felicidad o el mundo se posicionará en su contra? Cada cierto tiempo iremos añadiendo los capítulos correspondientes, así como encuestas y datos de interés repartidos por toda nuestra página. Esperamos que seas fiel a nuestra historia y, ¿por qué no?, a nosotros también. Gracias. Te esperamos.